Cuando era chico iba a una escuela publica en Shangrila.
Tengo hermosos recuerdos de esa escuela, recuerdo a cada una de mis maestras y cada una de ellas me trae a la mente sentimientos de mi infancia.
En mi clase, durante los 6 años, había un niño llamado José.
Sin duda José era el peor de la clase, rápido para correr como para hacer travesuras.
Nunca hacía los deberes, se la pasaba molestando y esperando el recreo.
En cuarto años, con la maestra Susana, en un salón pequeño nos tocó sentarnos juntos.
Me hizo la vida imposible.
No es que me hiciera algo a mi especificamente, yo solía ser candidato al bullying, sino que era super disperso y yo… bueno… digamos que estaba del otro lado del espectro.
Recuerdo un día de invierno, de esos días fríos y grises, donde caía una lluvia constante, que llegué a mi casa llorando.
No aguantaba más a José… le pedí a mi madre que hablara con la maestra Susana para que me cambiara.
Entonces mi madre me dijo:
– Rodrigo, ¿hoy qué tenía puesto José en la escuela?
– Túnica mamá, le respondí.
– ¿Y tenía campera? Me preguntó.
– No, no tenía campera.
– ¿Y sabés que tenía debajo de la túnica?
– No, que?
– Nada.
Hasta ese entonces no había notado que José siempre iba a la escuela con su túnica raída, que había perdido el blanco hace mucho tiempo, una moña estirada, un pantalón con las rodillas rotas, unas zapatillas viejas y no mucho más.
– ¿Cómo esperás que José preste la misma atención que vos si tiene frío, probablemente hambre y quién sabe que más?
Ese día mi madre me enseñó una lección que trato de tener siempre presente, aunque a veces se me olvida y que intento enseñarle a mis hijos.
Ojo con los juicios sobre las personas, usualmente tenemos solo una parte de la película.
Tenemos esa tendencia a juzgar sin saber, a construir causalidades en nuestra mente que son basadas en historias que nos contamos, a ver lo que queremos ver.
A pensar en nosotros mismos y olvidar al otro.
Ultimamente he estado bastante expuesto y recibo mucho comentario de haters y puedo decir que no me enojo, sino que me pongo triste, porque no tuvieron una mamá como la mía que les enseño que en vez de alejarme de José, tenía que prestarle mi campera.
Gracias por leer.
Rodrigo