Lo peor del consumismo no es el gasto económico que provoca a las familias, sino sus consecuencias emocionales y sociales. Cuando nos educamos en el consumo responsable es que podemos trasmitirlo a nuestros niños. Si además sabemos inculcarles valores saludables sobre el uso del dinero, de los objetos y de su lugar en la vida, crecerán bien equipados en un mondo complejo como el nuestro.
Es importante no desperdiciar las oportunidades que se nos presentar para explicarles a los niños el valor de las cosas.
La relación de los padres con los objetos y la forma en que consumen, forman parte fundamental de las lecciones en torno a esta temática.
Cuando se valora un pequeño objeto por el recuerdo que nos evoca, o porque perteneció a alguien importante, les enseñamos qué hace realmente valiosas a las cosas. Enseñarlos a darle sentido a los regalos que se intercambian, no por su valor económico sino porque fueron hechos o comprados pensando realmente en alegrar a la persona que lo recibe. No importa que el buzo tejido por la abuela no sea de marca ni aparezca en la tele, lo que importa es que fue tejido laboriosamente por sus manos, pensando en dar abrigo a un ser muy querido.
Cuidar los objetos simplemente porque no queremos malgastar el dinero, no porque los adoremos, es otra manera de enseñarles una relación saludable con ellos. Reparar y reciclar no es lo que la presión del mercados indica, pero si lo que necesita nuestro castigado mundo.
El ejemplo de lo que hacen los padres con el consumo es importante. Valorar por ejemplo los restos de comida y aprovechar lo que sea aprovechable, es un ejemplo infinitamente más humanizador que el de desechar frívolamente lo que serviría para alimentar a muchas personas necesitadas.
No transformar emociones o culpas en objetos materiales es otra gran estrategia.
Cuando volvemos de horas de trabajo fuera de casa y nos sentimos mal por no haber estado compartiendo ese tiempo con nuestros hijos, lo mejor es administrar ese sentimiento sin transformarlo en la costumbre de compensar con un regalo cada vez que se llega a casa. La mejor demostración de la alegría del reencuentro puede ser un buen abrazo y la disponibilidad para compartir de la mejor manera el tiempo que se tiene para estar juntos.
Enseñarles a ser consumidores conscientes pasa también por no ceder a todos sus deseos materiales aun cuando tengamos la disponibilidad económica para hacerlo. Enseñarles a esperar, permitirles desear y trabajar legítimamente por conseguir lo que se quiere, les permite desarrollar recursos que serán muy fortalecedores.
Enseñarles que no siempre se puede tener lo que uno quiere y que uno puede sobrevivir a ello es también importante. Saber aceptar los «no», aprender a decodificarlos entendiendo que son protectores y no un abuso de poder, les permitirá decir no cuando sea necesario.
Extraído de “Los límites y el consumo” de la colección de “el País” de Natalia Trenchi: “Guía para padres: los límites enseñan”