La historia del niño, sus padres, el jeep y la caja

El sol calentaba un poco y eso se sentía bien. Es que había sido un invierno frío y gris, la llegada de setiembre y sus días primaverales se estaba disfrutando.

A la placita del barrio comenzaron a volver los niños cual golondrinas en primavera. Se los sentía gritar, se los veía jugar y reír. Una señal de que los días lindos habían vuelto al fin.

Llegaron unos padres, mate bajo el brazo y cara de orgullo, de mucho orgullo. Detrás su hijo, un niño de unos 5 años, pelirrojo y despeinado, conducía un flamante auto a batería de color rojo que combinaba con su pelo. La cara del pequeño dejaba ver como disfrutaba de jugar a ser grande, de  hacer no muy pronunciadas curvas y de que el viento lo despeinara.

Bastaba ver a los padres para darse cuenta que eran gente humilde y trabajadora, seguramente el auto había sido el regalo del día del niño unos días antes y es probable que por ser un juguete muy caro, haya significado un esfuerzo muy importante para ellos. Pero un hijo lo vale.

Mientras el niño seguía dando vueltas otros niños comenzaba a poblar la plaza con sus risas y gritos. Uno en particular, un niño de unos 6 años que vestía un gorro azul con una estrella amarilla  tenía toda su atención en una caja de cartón.

Lo que para un observador externo era una simple caja para este niño era el mejor de los juguetes, era su nave espacial. La caja había sido dotada de un tablero de controles hecho con un maple de huevos, tenía la bandera de Uruguay pintada no muy delicadamente a un costado, varias palancas de control hechas con palitos y un par de cañones, uno nunca sabe que se puede encontrar en el espacio profundo.

El niño que tenía el sombrero de capitán imaginaba grandes aventuras, yendo de planeta en planeta donde bajaba para hablar con los extraterrestres y extraer muestras de plantas y tierra. Claro que esos aliens no eran más que los perros que paseaban en la plaza y las muestras hojas que había en el piso. Una aventura sin límite.

Mientras el niño del auto seguía dando vueltas comenzó a mirar al pequeño que entraba y salía de su caja, que hacía grandes gestos frente a cada perro que encontraba y que volvía con algo que guardaba cuidadosamente… se veía divertido.

En una de sus vueltas decidió parar el auto y bajarse. Con timidez se fue acercando a la caja y con gran curiosidad le preguntó al niño de gorro a que jugaba. Bastaron pocas palabras para que se entendieran y comenzaran juntos a vivir la mejor de las aventuras espaciales. Dos fieros astronautas visitando mundos, hablando con seres de otros planetas y estudiando su vegetación.

Mientras corrían juntos cómo amigos de toda la vida, otros niños que llegaban a la plaza se acercaban con curiosidad y bastaba una breve explicación para que se transformaran en nuevos astronautas abocados a la exploración espacial.

En medio de la aventura llega otro niño mas grande que ve solo y abandonado un auto rojo maravilloso. Enseguida se sube y comienza a manejarlo. Su dueño que estaba en medio de una misión espacial vio que el auto arrancaba, pero no le dio importancia, justo estaban por encontrar una nueva especia de alienigena.

Los padres, preocupados miraban cómo otro niño manejaba el fruto de su esfuerzo mientras su hijo solo entraba y salía de una caja. La cara de orgullo dio lugar a la cara de frustración y eso se transformó en enojo. El padre se paró y fue hasta donde el pequeño pelirrojo jugaba y le pidió que viniera. Ya lejos de la caja lo retó, le dijo que no valoraba su esfuerzo, que no podía dejar sus juguetes tirados, que cómo iba a prestar el auto que tanto había costado… Fue tan rudo que el pequeño no pudo aguantar las lagrimas y se puso a llorar.

Mientras las lágrimas caían el padre entró en razón, una lágrima de un hijo tiene ese efecto en los padres, es un elixir que frena a la mente y deja que el corazón tome el control.

Se acercó a su hijo, se agachó y le dio un abrazo pidiendo perdón. Le pidió que fuera a seguir explorando y se olvidara del auto que si lo quería prestar que estaba muy bien.

Ese día, ese padre aprendió una gran lección, no es el precio del regalo lo que vale, sino aquello que hace feliz a su hijo.

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